POR CHELA BRACHO
No puedo decir que las cosas extrañas que me suceden
comenzaran en ese momento, pues ya había notado ciertos síntomas extraños en la
actitud de Fabricio, mi hijo, quien estaba a punto de terminar la primaria.
Vivíamos en un pueblo relativamente pequeño, pero que iba creciendo día con día
con la instalación de nuevas industrias todas relacionadas con la rama del
calzado. Yo me ganaba la vida como empleado de la oficina de correos, donde
tenía que hacer de todo, desde acomodar los paquetes y las cartas que llegaban,
hasta ir en persona a entregar algunos envíos que se recibían con la etiqueta
de “Entrega especial”. Cuando llegaba a la casa, estaba realmente cansado y lo
que más estaba deseando era sentarme cómodamente, meter los pies en un balde de
agua caliente y ver algún programa de la televisión. Fabricio generalmente
estaba encerrado en su recámara. Tal vez haciendo su tarea o leyendo algún
extraño libro que le habían prestado o que había comprado con el poco dinero
que podía yo darle. Un saludo de llegada y unas “Buenas noches, que duermas
bien, hijo”, era la frase obligada antes de irme a acostar. Por eso me
extrañó cuando su maestro se hizo presente en la oficina de correos para
decirme:
-
Tengo que hablar con usted...
Hoy por la noche pasaré a su casa.
Aquellas
palabras despertaron en mí, cierta inquietud. Fabricio ¿tendría algún problema
en la escuela?. No era probable, pues sus notas siempre eran sobresalientes y
su conducta siempre venía con un ocho, lo cual era aceptable. Pero, ya veríamos
de qué se trataba. Cuando el maestro llegó a nuestra casa, Fabricio se
encontraba fuera. El hombre se tomó unos momentos antes de comenzar y luego me
preguntó directamente:
-
¿Le ha estado usted dando
clases de matemáticas aparte de las que recibe en la
escuela?
- No, de
ninguna manera. La verdad es que yo no terminé la primaria y desde luego, las
matemáticas nunca han sido mi fuerte. ¿Por qué me lo pregunta?
-
Es que, Fabricio es un chico
distraído, parece no interesarse por mi clase,
sin
embargo, cuando le pregunté algo sobre lo que estaba yo enseñando, me respondió
con gran claridad, e incluso hizo alusión a matemáticas más avanzadas, como el
álgebra. Y eso, lo estudiará hasta cuando curse estudios superiores. Estoy
intrigado... de dónde sacó esos conocimientos. Y si sabe tanto, o más que yo,
no tiene porqué estar en mi clase.
-
No sé, maestro, tal vez lo
aprendió de alguno de los libros que trae a casa, pues
siempre está
leyendo. Pero él necesita cursar esa materia para sacar su pase a
la secundaria.
-
Está bien, desde luego pasará
la materia con un diez, pero adviértale que aunque ya
lo sepa todo,
deje de tener esa actitud tan indiferente, pues me distrae a los
demás alumnos. Y eso no puedo permitirlo.
-
Está bien, se lo diré. No
tenga cuidado.
Cuando Fabricio
llegó, tuve una plática con él. Lo único que pude sacarle es que los demás eran
unos ignorantes y él se aburría con sus tonterías. Pero, prometió portarse
mejor en adelante.
Todo había
quedado bien, pero hubo otro hecho que me llamó mucho la atención. Esa semana
tuvimos que ir a la capital del Estado para hacer unas compras. Dejamos el
hotel y comenzamos a caminar hacia la tienda que estaba atravesando un jardín.
Me llamó la atención que en él había una serie de mesas de ajedrez en las
cuales varias personas sostenían sus partidas y se les veía con gran
concentración en lo que estaban haciendo. Yo alguna vez había jugado ese
interesante juego-ciencia, con el peluquero del pueblo, así que no pude
resistir detenerme un poco y ver las partidas. Pero algo me llamó la atención.
Fabricio permaneció como clavado delante de algunas de las mesas. Tenía los
ojos exageradamente abiertos y su mirada parecía penetrar los tableros. Cuando
intenté que prosiguiera el camino, se volteo para decirme:
-
Déjame aquí mientras tú vas a
la tienda. Esto me parece muy interesante.
Así lo hice
y fui a hacer mis compras. Me dilaté un buen rato y cuando regresé lo encontré
tal como lo había dejado. Absorto en los juegos y con un semblante de intriga e
interés.
Volvimos al
hotel. La salida del autobús de regreso, estaba programada ya pasada la media
tarde. Fabricio me pidió que lo llevara nuevamente al parque, precisamente a la
sección donde se encontraban los tableros de ajedrez. Como el día anterior
había varias personas jugando y otras tantas viendo las partidas. Sólo había un
tablero cuyas piezas estaban colocadas en sus lugares de partida. En una silla
estaba un hombre de mirada dura, facciones delgadas, que se entretenía jugando
con unas monedas que tenía en su mano y que hacía girar nerviosamente. Fabricio
fue y se sentó en la silla contraria y le indicó al hombre que quería jugar con
él.
-
Está bien... jugaré contigo,
te daré una buena clase, pero va a costarte veinte
pesos. Es lo que cobro
por la primera clase.
-
Fabricio se le quedó viendo y
en sus labios se dibujó una sonrisa.
-
Está bien, pero si le gano...
No le pagaré nada.
La risa que
escapó de los labios del hombre hizo que los jugadores de las mesas cercanas se
volvieran a verlo.
-
Claro... si me llegaras a
ganar no sólo no te cobraría, sino que
yo te daría los veinte
pesos... Pero te
advierto, aquí no hay quien me gane. Por algo me dicen el
maestro. Vemos, mueve tú primero... te doy las
blancas y la salida.
Lo que
ocurrió a continuación me dejó admirado. Fabricó comenzó a mover sus piezas con
gran certeza ante la mirada intrigada de su contrincante. Por fin, al cabo de
cierto número de jugadas, Fabricio exclamó: “Jaque mate”.
Ya se
habían acercado varios “mirones” que siguieron con atención el desarrollo del
juego. El hombre, entre sorprendido y enojado, volvió a colocar las piezas en
su lugar y exclamó.
-
Está bien, tuviste suerte,
pero tienes que darme la revancha.
Nuevamente
comenzó la partida. Esta vez, Fabricio le dijo que él abriera. El hombre puso
más atención al juego pero sus jugadas se estrellaron en una cerrada defensa y
cuando Fabricio volvió a tomar el ataque, el juego ya estaba decidido. El
hombre se encontró en una situación tan comprometida que acostó su rey, dándose
por perdido. La gente que estaba viendo, cosa extraña, comenzó a aplaudir y el
hombre no pudo más que reconocer.
-
No sé de dónde habrás salido,
pero juegas como un verdadero maestro. Te felicito.
Aquella
tarde tomamos el camión de regreso a nuestro pueblo. No pude menos que
preguntarle:
-
¿Dónde aprendiste a jugar así?
No he visto ningún libro de Ajedrez en tu cuarto.
-
Es que no tengo ninguno.
Aprendí viendo como jugaban el día anterior. La verdad es
que no es una
gran ciencia. Pude asimilarlo rápidamente.
Eso fue
todo, aquella muestra de inteligencia, más lo que me había dicho el maestro me
hicieron comprender que Fabricio no era un niño común y corriente y que con el
tiempo llegaría a ser alguien grande. Tendría que juntar dinero para mandarlo a
estudiar a una Universidad... No podía
dejar que ese talento que acababa de descubrir se perdiera en ese bello, pero
triste pueblo donde vivíamos.
Conclusión.
Según la
fecha que nos dio, su hijo pertenece al signo de Tauro, pero como no nos señala
la hora de su nacimiento, no podemos saber su Ascendente. Sin embargo, eso no
importa. Los verdaderos genios, como su niño, llegan a este mundo en cualquier
lugar. Por fortuna, usted ya tiene en mente lo que puede hacer por él, para
ayudarlo a conseguir lo que merece en esta tierra. Incluso el maestro que fue a
hablar con usted, puede ayudarlo a conseguir lo que él merece. Los niños genio,
no sólo nacen en grandes ciudades. Felicidades.